En la medida en que los sistemas democráticos se van fortaleciendo y el voto de opinión va adquiriendo mayor peso, los debates televisados entre los candidatos se vuelven más frecuentes y relevantes.
En el 2020 este tipo de encuentros adquieren gran importancia electoral, porque se convierten nuevamente en un medio para quebrar la segregación política en los Estados Unidos. La participación de Kamala Harris, primera mujer afroamericana, en un debate televisado de candidatos a la vicepresidencia hace que esto sea posible. Actualmente Senadora por California y ex-Fiscal General de ese Estado, la señora Harris ha sido también una destacada abogada litigante. Su ancestro de padre jamaicano y madre India, la convierten en un referente importante para muchos sectores minoritarios de la sociedad norteamericana. Su inclusión en la fórmula Biden-Harris, es una prueba concreta que refleja los principios que pregona el Partido Demócrata sobre la necesidad de promover figuras políticas comprometidas con la lucha de los derechos de las mujeres y de otros grupos con menos representatividad electoral en el país.
A continuación, una breve reseña de cómo han evolucionado los debates políticos en los Estados Unidos desde Abraham Lincoln y su lucha por la abolición de la esclavitud, deteniéndose en el primer gran debate televisado entre Kennedy y Nixon, hasta la actual contienda en el 2020.
El primer debate presidencial transmitido por televisión ocurrió el 26 de septiembre de 1960 desde la ciudad de Chicago, cuando la cadena CBS emitió el encuentro entre John F. Kennedy y Richard Nixon. Este evento aún hoy en día constituye una pieza central de estudio en consultoría política debido al contraste entre la poca preparación y mal aspecto físico del entonces vicepresidente Nixon, frente al radiante y experimentado Senador Kennedy. Sesenta años después de haberse llevado a cabo, aún se utiliza en la academia para mostrar la importancia que tiene la preparación de los candidatos antes y durante las campañas.
El antecedente histórico más importante previo al debate Kennedy-Nixon, lo constituyeron los encuentros entre Abraham Lincoln y Stephen Douglas, que en 1858 definieron la elección para el cargo de Senador por el Estado de Illinois. Estos debates realizados en las plazas públicas con miles de asistentes y cubiertos por la prensa local giraron en torno a la esclavitud, práctica abolida en ese Estado, pero tema de discusión porque el candidato que fuera electo entre los dos, tendría que legislar sobre la norma que regiría los nuevos territorios del oeste, que se estaban empezando a poblar.
Lincoln acogió como bandera de campaña la prohibición de la esclavitud mientras que Douglas abogaba por la autodeterminación de los territorios, lo que en la práctica implicaba seguirla permitiendo. La victoria de Lincoln que catapultó su figura a nivel nacional, fortaleció al Partido Republicano y constituyó su plataforma para que dos años después fuera electo presidente. Con su llegada al poder en 1861, varios Estados del sur iniciaron el proceso de separación del país, lo que generó la Guerra Civil entre 1861-65, que concluyó con la victoria del norte y la abolición de la esclavitud en toda la nación, a un costo de más de un millón de vidas entre soldados y civiles. Posiblemente otra historia se estaría contando si Douglas hubiera ganado este famoso debate.
Ya en el siglo XX, aunque el surgimiento de la radio constituyó uno de los factores que más impulsó la producción y comercialización de la publicidad política, el efecto de este medio no fue el mismo en la popularización de los debates electorales. Estudiando este fenómeno, Trent, Friedenberg y Denton, en su conocido libro "Political Campaign Communications" (2019) comentan que uno de los limitantes por los cuales los principales partidos en los Estados Unidos fueron reacios a participar en los debates presidenciales, se debió a que la legislación electoral del momento, como era la ley de comunicaciones de 1934, garantizaba la igualdad de oportunidades para todos los partidos políticos, lo que obligaba a las dos grandes agrupaciones (Republicana y Demócrata) a compartir los posibles espacios de debates con otras facciones minoritarias. Situación que electoralmente no les convenía.
Solo hasta 1959 esta norma fue modificada, entendiéndose que los debates transmitidos por los medios de comunicación no constituían actos de propaganda política que exigían equidad de tiempo para todos los partidos, sino simplemente reportes noticiosos de eventos organizados por terceros, muchos de ellos entidades culturales y académicas independientes de los medios y de los partidos. La nueva interpretación de la ley explica el por qué, aún hoy, antes de empezar un debate, se enfatiza tanto el nombre de la entidad que lo organiza. Este cambio normativo fue uno de los principales factores que permitió el ya mencionado encuentro entre Nixon y Kennedy en 1960.
Por supuesto, mucho antes de que estos eventos se popularizarán, los "debates falsos" conocidos hoy en día como "fake news" constituyeron parte del arsenal de los expertos en publicidad electoral de la época. Uno de los más conocidos fue el supuesto encuentro entre el Presidente Demócrata Franklin D. Roosevelt y el Senador Republicano Arthur Vandenberg de Michigan en 1936. Para recrear este evento que nunca tuvo lugar, la campaña de Vandenberg editó varias intervenciones radiales de Roosevelt y logró hacerlo aparecer como un candidato menos capaz que su oponente, quien con cada pregunta se lucía con mejores intervenciones.
Como lo muestra el afiche de abajo, este era un periodo en que el Partido Demócrata avanzaba en un programa de gobierno progresista, llamado "The New Deal" a favor de sectores marginados de la sociedad. Desde el punto de vista de la historia de la consultoría política esta etapa es igualmente interesante porque asesores que trabajaban en las campañas electorales de Roosevelt, fueron también muy relevantes en la posterior elaboración de propaganda antifascista durante la segunda guerra mundial.
Recién en 1948, se realizó el primer debate "real" transmitido por la radio. El mismo fue parte del proceso para elegir al candidato a la presidencia por el Partido Republicano. En este encuentro participaron Harold Stassen Gobernador de Minnesota y Thomas Dewey Gobernador de New York. El evento giró sobre un solo tema: prohibir o no el Partido Comunista en los Estados Unidos.
Una importante lección de la campaña de 1948 es que aún en el peor momento de la guerra fría, cuando los Estados Unidos estaban bajo la real amenaza de un ataque por parte de la Unión Soviética, la táctica de acusar a su oponente de socialista o "castro-chavista" (para usar términos de hoy) no funcionó. Ese año Thomas Dewey perdió su elección frente al candidato Demócrata Harry Truman, quien desde una visión progresista defendía las políticas sociales del New Deal iniciadas por el expresidente Roosevelt. Por supuesto, gran parte del mérito para enfrentar estos ataques residió en el trabajo que en su momento hicieron los asesores políticos del Partido Demócrata. Por ejemplo, abajo se puede ver un afiche donde se denuncia a Dewey por querer presentarse como el amigo de los trabajadores y se muestra una foto donde él estaba saliendo de un restaurante, boicoteando así con su presencia, la protesta de los empleados del sector hotelero y de comidas en la ciudad de New York.
Aunque el debate entre Kennedy y Nixon en 1960 fue un éxito de audiencia, tuvieron que pasar otros 16 años para que volviera a realizarse otro encuentro entre candidatos presidenciales. Ocurrió en 1976, entre el entonces Presidente Republicano Gerald Ford y su oponente el Gobernador Demócrata de Georgia, Jimmy Carter. La ausencia de estos encuentros es nuevamente explicada por los requisitos legales y las nuevas demandas que forzaban a los dos principales partidos a compartir el espacio televisivo con candidatos de movimientos más pequeños. Solo en 1975, el ente que regula estos eventos (FCC - Federal Communication Commission) legisló a favor de los partidos tradicionales, Demócrata y Republicano, y dio luz verde al debate entre Ford y Carter.
A partir de esa fecha, en muy pocas ocasiones candidatos de terceras fuerzas han podido participar en estos eventos. El caso más conocido es el del millonario Ross Perot quien como aspirante independiente participó en los debates junto al demócrata Bill Clinton y al entonces presidente republicano George Bush (padre) para las elecciones de 1992. En su mejor momento, la campaña Perot, la cual era manejada por los consultores Hamilton Jordan (demócrata) y Ed Rollins (republicano) alcanzó el 39% de intención de voto. Lamentablemente para Perot, sus asesores le renunciaron por diferencias con él en la estrategia de la campaña y como resultado de su salida, su candidatura se desplomó, cayendo al 18.9% del total de votos el día de las elecciones.
Un segundo caso de participación de candidatos que representan terceras fuerzas ocurrió en 1980. Esta vez fue el político independiente John Anderson quien participó en un debate presidencial con el líder Republicano Ronald Reagan. El entonces presidente demócrata Jimmy Carter también fue invitado, pero decidió no asistir, con el argumento de que no era una situación equitativa porque Anderson había tenido una larga trayectoria de militancia en el Partido Republicano, y era cercano del ala moderada que había perdido las elecciones internas contra los conservadores que seguían a Reagan. En resumen, porque para Carter habían dos candidatos republicanos. Cabe señalar que, en el momento del debate, la campaña de Anderson era una organización nacional, registrada para participar en los comicios en los 50 Estados del país y tenía más del 15% de intención de voto en las encuestas. En otras palabras, cumplía con los requisitos legales para ser parte de los debates.
Intentos por vía legal para abrir los debates a otras fuerzas políticas continúan y constituyen una parte importante de la historia electoral de este país. El más reciente fallo judicial de la Corte Federal de Apelaciones en Washington DC, con fecha del 22 de junio del 2020, nuevamente negó la posibilidad al Partido Verde y al Partido Libertario de participar en los debates que este año se adelantan. Una de las razones para apoyar esta decisión es que ninguno de los dos partidos minoritarios llegaba al 15% de posibles votantes en las encuestas a nivel nacional. El segundo criterio es el no estar registrados como partidos políticos en un número suficiente de Estados que, de triunfar, les permitirían sumar la cantidad necesaria de delegados para ganar en el colegio electoral.
Estudiando los diferentes obstáculos que los partidos pequeños tienen para registrarse en los 50 Estados, analistas opinan que, con el actual marco jurídico, se necesitaría un trabajo de marketing político de dos décadas para lograr hacer viable una tercera fuerza en los Estados Unidos. Las razones del por qué esto no se ha hecho constituye tema de otro artículo.
Contrario a la falta de debates televisados a nivel de candidatos presidenciales de varios partidos entre 1960 y 1976, la tradición de estos eventos entre políticos luchando por la nominación interna de su partido, nunca se interrumpió. Entre los encuentros más recordados son los efectuados por el Partido Demócrata para escoger a sus candidatos presidenciales en 1968, entre Robert F. Kennedy y Eugene McCarthy, y en 1972, entre George McGovern y Hubert Humphrey. Durante esta época también se popularizó la transmisión por televisión de debates entre aspirantes a Cámara, Senado y Gobernaciones.
No se puede terminar este artículo sin indicar que previo a Kamala Harris, solo tres mujeres han integrado fórmulas presidenciales en los Estados Unidos. La primera fue la ex-Representante por New York a la Cámara, Geraldine Ferraro quien fue parte de la boleta Demócrata Mondale-Ferraro en 1984. La segunda fue la ex-gobernadora de Alaska, Sarah Palin quien integró el binomio Republicano, McCain-Palin en el 2008. La única mujer candidata a la presidencia por uno de los dos principales partidos fue Hillary Clinton en el 2016. Estas tres líderes tienen en común el no haber podido conseguir el suficiente apoyo femenino que se necesitaba para ganar sus respectivas contiendas electorales.
Hoy, se puede pensar que la decisión de la Administración Trump de promover a toda costa jueces de orientación reaccionaria y ultraconservadora tanto en la Corte Suprema de Justicia como en otras Cortes Federales, posiblemente sea el estímulo que muchas mujeres, hasta ahora apáticas a la política, necesitaban para votar en contra de estos nombramientos y favorecer a candidatos realmente comprometidos con preservar sus derechos ya logrados, para ellas y para sus hijas, después de muchas décadas de lucha.
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Este artículo fue escrito por Mauricio Florez Morris, Ph.D. El autor ha sido profesor en las facultades de Ciencia Política y Sociología en University of Maryland, George Washington University, Georgetown University, y North Virginia Community College en los Estados Unidos. En la Universidad del Rosario y la Universidad Javeriana en Colombia, al igual que en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad del Salvador en la Argentina.
Su actual interés académico se centra en temas relacionados con los estudios de opinión pública, campañas electorales, marketing, liderazgo y psicología política. Es miembro de la American Association of Political Consultants (AAPC), la American Political Science Association (APSA) y la American Sociological Association (ASA), al igual que de la Asociación Colombiana de Consultores Políticos (ACOPOL). Ha trabajado en campañas electorales para organizaciones afiliadas al Partido Demócrata en los Estados Unidos.
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